lunes, 22 de enero de 2007

Cuando el presidente es Dios

EL CULTO A LA PERSONALIDAD DEL DICTADOR NIYÁZOV FLORECE EN TURKMENISTÁN, UN PAÍS ENCLAUSTRADO QUE NADA EN GAS Y PETRÓLEO

PILAR BONET 23/10/2005

Los caprichos de un dictador envanecido son ley en Turkmenistán, el más cerrado y feudal de los Estados surgidos de la desintegración de la URSS, en 1991. Saparmurat Niyázov, también conocido como Turkmenbashí (el padre de los turkmenos), dirige este país ribereño con el Caspio, y fronterizo con Irán y Afganistán, como si fuera una propiedad particular, y utiliza sus abundantes reservas de gas y su petróleo para reforzar su aislamiento. Pese a la hostilidad del régimen ante los periodistas extranjeros, esta corresponsal tuvo la reciente oportunidad de visitar ese Estado de cerca de seis millones de habitantes y casi 490.000 kilómetros cuadrados, [superficie similar a la de España] ocupados en su mayor parte por el desierto del Karakum.

Niyázov es omnipresente. En forma de grandes estatuas doradas, enormes carteles, en libros de texto, el código de circulación, aviones, casinos y tapices La escena se repite una y otra vez en televisión: el líder abronca en público al alto funcionario caído en desgracia, que escucha de pie, con gesto humilde.
Alentado por los ingresos por gas y petróleo, que estimulan el desarrollo, el régimen turkmeno cultiva una política de autosuficiencia económica.
La transición del comunismo al nacionalismo ha tenido un solo protagonista en Turkmenistán. Niyázov, un ingeniero de 64 años, llegó a ser el máximo dirigente de esta república centroasiática cuando era parte de la URSS, y se convirtió en presidente de "por vida" tras la independencia. El líder ha anunciado que piensa retirarse en 2009, pero los analistas dudan que abandone el poder. El Legislativo, formado por un Parlamento (Majlis) y un Consejo Popular (Halk Maslahaty) de más de 2.500 miembros, se limita a refrendar sus deseos. La oposición está prohibida y sus figuras, en su mayoría altos funcionarios caídos en desgracia, están en la cárcel o en el exilio.

Niyázov ha impuesto a sus compatriotas el culto a su personalidad y el estudio de su doctrina, conocida como el Ruhnamá. En un parque de Ashjabat, entre surtidores y estatuas de los primeros caudillos turkmenos, se alza un gigantesco libro que al atardecer se abre y se convierte en una pantalla de televisión en la que aparecen citas de la obra sagrada de Turkmenbashí. En ella, las opiniones banales se mezclan con las loas apasionadas al pueblo turkmeno y los consejos sobre cómo vestirse, cómo organizar la vida familiar o cómo relacionarse con los vecinos. El Ruhnamá es el punto de referencia ideológico del país y en la escuela ha sustituido a otras asignaturas, como la historia universal o los idiomas. Su conocimiento es obligatorio.

"Los turkmenos crearon ellos mismos su carácter. Este carácter se transmitió de generación en generación y con el tiempo se convirtió en una identidad nacional. La madurez espiritual del turkmeno se expresa en su capacidad de descubrir y reconocer la integridad de la estética interior y exterior de la persona", dice el Ruhnamá. La obediencia y la obligación de creer en Dios son parte de su mensaje patriarcal.
El dictador es omnipresente. Aparece en forma de estatuas doradas en las plazas y los palacios. Se le puede ver, sonriente, en los libros de lectura infantil y en los cuadernos escolares, en el código de la circulación, en el interior de los aviones de las líneas turkmenas, en los casinos y en los tapices. El nombre de Turkmenbashí está en la toponimia y en el calendario. Sus palabras, en las cenefas de las alfombras, como la de 300 metros cuadrados (un récord Guinness) que se expone en el museo de las tapices de Ashjabat. Sus reflexiones decoran la cúpula de la gran mezquita y acompañan las citas del Corán. Al presentar sus credenciales, los embajadores reciben como regalo los dos tomos del Ruhnamá en encuadernación de lujo.

En los cuatro canales de la televisión turkmena se repite una escena. El presidente, en mangas de camisa, regaña en público al alto funcionario caído en desgracia. El vituperado de turno escucha de pie, con los ojos bajos y gesto humilde, mientras Niyázov mueve la cabeza coronada de una negra cabellera, que hasta mediados de los noventa fue canosa y plateada. Nadie osa moverse. El miedo tiene paralizada a toda la clase política, asegura una fuente disidente que, como todos los interlocutores en Ashjabat, prefieren mantener el anonimato. Medios diplomáticos aseguran que, este año de mala cosecha agrícola, los dirigentes regionales han comprado cereales en el extranjero para fingir que han cumplido los planes.

Los extranjeros que quieren hacer fortuna en Turkmenistán tienen que aceptar las reglas del entorno feudal. Con la misma humildad que los turkmenos, los ejecutivos de la empresa francesa Bouygues, la segunda constructora de Europa, encajan los rapapolvos del dictador cuando éste les reprocha haber escatimado oro en las cúpulas de la gran mezquita o emplear mármol de mala calidad.
Bouygues ha transformado Ashjabat en una ciudad de ciencia-ficción. Los palacios, los hoteles o los museos surgen como espejismos en un entorno reseco por el sol y barrido por el viento. La inspiración asiática y clasicista se combina con detalles versallescos, con caballos alados, símbolos guerreros y, por supuesto, estatuas del presidente. En todos los edificios públicos, incluido el hipódromo donde se doman los famosos caballos turkmenos, hay lujosos aposentos reservados para el presidente, por si éste se digna hacer una visita.

Animado por los ingresos de los hidrocarburos, el régimen cultiva una política de autosuficiencia. Oficialmente, Turkmenistán es un Estado neutral, que prefiere las relaciones bilaterales a las multilaterales. El pasado agosto, durante la última cumbre de la Comunidad de Estados Independientes, un emisario de Turkmenbashí anunció que su país actuará en el futuro sólo como observador en esta asociación de países pos-soviéticos. Antes de septiembre de 2001, el régimen turmeno se codeó con los talibanes de Afganistán, que, según dicen, viajaban a Ashjabat para descansar. Tras los atentados del 11-S, Niyázov permitió que los aviones de la coalición antiterrorista en ruta hacia Afganistán sobrevolaran el territorio turkmeno e hicieran paradas para repostar. Algunos creen que Washington ha cortejado a Niyázov en búsqueda de una alternativa para la base de Uzbekistán. Los turkmenos lo han negado.
Una de las mayores colonias occidentales en Turkmenistán es la francesa, en parte debido al personal de Bouygues. Niyázov se interesó por esta empresa durante un viaje a Francia tras haber visto algunos de sus edificios en Kazajstán y Uzbekistán. Si uno abandona las avenidas de la nueva Ashjabat y se interna por calles secundarias y patios traseros, puede descubrir entornos menos pulcros, como los dormitorios sofocantes (ocho literas en un reducido espacio) de los emigrantes llegados de Pakistán o de la India para trabajar en la construcción.

Turkmenistán tiene unos depósitos de gas natural de 2,86 billones de metros cúbicos probados y una producción anual de 60.000 millones de metros cúbicos, que exporta en su mayor parte a Ucrania, vía Rusia. Gazprom, la compañía de gas rusa, es responsable del transporte por la red centroasiática que une a Turkmenistán con Rusia y Ucrania, por Uzbekistán y Kazajstán. Tras la revolución naranja en Kiev, Niyázov ha conseguido subirle el precio del gas a Ucrania hasta 58 dólares por 1.000 metros cúbicos. No así a Rusia, que, por su condición de territorio de tránsito obligado, mantiene el precio de 44 dólares por 1.000 metros cúbicos, tras firmar un contrato para 25 años en 2003. Turkmenistán está unido con Irán por un gasoducto de poca capacidad y, debido a la inestabilidad de la región, no ha logrado concretar ninguna de las ideas para desarrollar vías de transporte alternativas, ya sea por Afganistán hacía Pakistán y la India, ya sea por Irán. De la importancia estratégica de Turkmenistán para Rusia y Ucrania dan cuenta los dos viajes que Alexéi Miller, el presidente de Gazprom, ha realizado este año a Ashjabat en poco más de dos meses, y la visita del presidente Víktor Yúshenko. El líder de la revolución naranja elogió a Turkmenbashí y condecoró a título póstumo al padre de éste, muerto en la Segunda Guerra Mundial. Los responsables de Turkmenistán se muestran receptivos a la inversión extranjera en proyectos off-shore frente a las costas del Caspio. Sin embargo, el conflicto entre los Estados ribereños por la delimitación de zonas nacionales en ese mar sigue sin resolverse y envenena las relaciones de Ashjabat con Azerbaiyán.

Gracias a los hidrocarburos, se desarrolla la ciudad portuaria de Turkmenbashi, en el Caspio, y se construyen autopistas que cruzan el país, una de norte a sur y otra de este a oeste. Mujeres en traje tradicional barren los arcenes de estas carreteras de ensueño con vetustas escobas de ramas.

Por sus recursos energéticos, Turkmenistán es un país interesante para Europa Occidental. Pero la posibilidad de abrir una embajada de la Unión Europea aquí choca con ideas peculiares. "Tendríamos que dar algo a cambio y no queremos dar nada", es el argumento empleado por un alto funcionario turkmeno. En Ashjabat no hay periódicos extranjeros ni servicios de mensajería, desde que DHL tuvo que clausurar sus servicios la pasada primavera. Los funcionarios de la oficina local de la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa acuden al mostrador de Lufthansa en busca de periódicos atrasados.


Saparmurat Niyázov gusta de recordar su condición de huérfano. La madre del presidente y su hermano menor perecieron en el terremoto de 1948 y sus imágenes acompañan a la del presidente en museos y edificios públicos. Los muertos de la familia están enterrados en un panteón junto a la gran mezquita, que Niyázov hizo construir en las afueras de la capital. El edificio puede albergar a 20.000 personas, pero cuando lo visité apenas había una decena y la policía inspeccionaba la documentación de quienes se acercaban. Niyázov toma precauciones tras el supuesto atentado que sufrió en noviembre de 2002, al que siguieron arrestos de potenciales adversarios y procesos de corte estalinista contra unas 60 personas. Uno de los condenados (a cadena perpetua) fue el ex ministro de Exteriores, Borís Shijmurádov, que regresó del exilio y se entregó para proteger a su familia.

En Turkmenistán se conserva todavía una estructura de clanes, y cuando uno u otro funcionario cae en desgracia, toda su parentela sufre represalias con distintos pretextos. Niyázov se presenta a sí mismo como el unificador del Estado turkmeno. De forma regular, tilda a sus allegados de corruptos y pervertidos y los sustituye por otros, que, a su vez, serán destituidos al cabo de poco tiempo. Entre las últimas víctimas están los altos responsables del gas y el petróleo, incluido el vicejefe de Gobierno, Elli Kurbanmurá-dov, condenado a 25 años de prisión.
El dictador tiene dos hijos, y ambos viven en el extranjero: la hija, Irina, en el Reino Unido, y el hijo, Marat, en Europa continental. De la hija se dice que gestiona las cuentas de la familia; del hijo, que ha heredado la afición a los juegos de azar del padre y que éste tiene que intervenir para pagarle las deudas en los casinos. De Turkmenbashí se afirma que tiene una fortuna de miles de millones de dólares.

Turkmenistán no es Corea del Norte, ni Albania, ni Bielorrusia. Tiene su propia fórmula dictatorial, que ha conservado elementos soviéticos y los ha tejido con una política de vuelta a las raíces, entendida como una mitificación obcecada de lo propio y la indiferencia ante lo ajeno. Quizá lo más inquietante, en opinión de varias personas entrevistadas, es la degradación del sistema educativo. El idioma turkmeno se ha impuesto en la secundaria y en la Universidad sin la debida preparación de cuadros, sin haber elaborado la terminología científica y sin material didáctico. El profesorado cualificado que no había aprendido el idioma ha quedado marginado.


La reforma del sistema educativo ha eliminado los dos últimos cursos de la enseñanza secundaria, además de sustituir asignaturas (para estudiar el Ruhnama) y suprimir idiomas. La fórmula repercute sobre la preparación de los jóvenes. Quien quiere y puede costearse una carrera trata de ingresar previamente en la única escuela rusa de Ashjabat, dependiente de la Embajada de la Federación Rusa, o de emigrar a otro país para completar la secundaria. A la hora de viajar al exterior, sin embargo, existen listas negras de personas a las que les está vetado salir del país. El servicio militar equivale de hecho a dos años de esclavitud. La Administración, nos dice un periodista local, ahorra sustituyendo por reclutas al personal médico auxiliar, con la consiguiente degradación de la Sanidad pública.
Varios turkmenos con estudios afirmaban que preparaban a sus hijos en casa para protegerlos del "lavado de cerebro" del Ruhnamá. Otros querían enviarlos a Rusia a estudiar, lo que presupone tener dinero para costear las clases, nivel para ser admitido en una Universidad rusa y permiso para salir del país, algo que el régimen puede negar arbitrariamente incluso a quienes siguen conservando sus pasaportes rusos. La erosión intelectual se plasma en la desaparición de librerías, el cierre del teatro de Drama y Ballet ruso (reabierto en las afueras de la ciudad) , la supresión de suscripciones a la prensa extranjera y la emigración de los especialistas no sólo rusos o ucranios, sino también de Estados asiáticos como Kazajstán y Uzbekistán. Queda Internet, aunque con un número limitado de conexiones, las antenas de televisión que permiten captar los canales rusos o turcos y también los mercadillos, donde se venden las bibliotecas de la población eslava que abandona Asia Central, desde las obras completas de Dostoievski hasta los manuales escolares.


En 2003, a los rusos de Turkmenistán, que hoy son unos 100.000, se les dio dos meses de plazo para elegir entre la ciudadanía turkmena o la rusa. En la práctica, muchos siguen manteniendo ambas hasta hoy, pero Rusia no les ampara cuando son víctimas de la arbitrariedad local o se les prohíbe viajar al extranjero. Pese a la riqueza del país y los gastos en obras suntuarias, el pago de los salarios se demora incluso en empresas del Estado. Un turkmeno de a pie cobra dos millones de manats (cerca de 80 dólares al cambio real), y no paga por el consumo de gas. La electricidad está subvencionada y un litro de gasolina cuesta 400 manat (0,01 dólar). Ninguna de las personas con las que hablé daba la impresión de sentirse particularmente beneficiada por las riquezas del país. Aseguraban que los servicios médicos son de pago y caros, que hay que entregar sobornos de hasta 5.000 dólares por ingresar en la escuela rusa, y que hay personas que se han quedado en la calle y sin compensación después de que sus hogares hayan sido demolidos por las excavadoras que transforman la capital turkmena en una ciudad de mármol blanco para mayor gloria de Saparmurat Niyázov.

La larga mano del dictador


LOS ADVERSARIOS del Turkmenbashí en el exilio no se sienten seguros en ciudades como Moscú, pese al carácter multicultural de esta metrópoli. Efectivamente, la capital rusa resulta más acogedora para los líderes defenestrados como el presidente kirguizo Askar Akáiev o viejos dirigentes comunistas perseguidos en sus países que para eventuales exportadores de revoluciones democratizadoras en la periferia de Rusia. Los miembros de la oposición turkmena en el exilio que todavía residen en Moscú prefieren que no se les cite. Uno de ellos contaba la aventura de un homólogo, un antiguo ministro caído en desgracia, que ha abandonado Rusia este año con destino a un país nórdico después de ser localizado por una agencia de detectives privados. La agencia informó al exiliado de que había recibido un encargo de la Embajada de Turkmenistán en Rusia para pincharle el teléfono. Como la tarea planteaba ciertas dificultades logísticas, la agencia quiso llegar a un acuerdo con su víctima potencial: si se dejaba instalar un micrófono en el teléfono, le dijeron, se repartirían los honorarios a medias. El turkmeno exiliado consideró la oferta, pero decidió no jugar con fuego y marcharse a un lugar más seguro.

Murió el presidente de Turkmenistán

diciembre 26, 2006

Posted by Ales in Diabetes, Personalidades. trackback

El presidente de Turkmenistán, Saparmurad Niyasov, murió hoy a causa de un paro cardíaco a los 66 años. En la capital, Achkabad, se reunió el consejo de seguridad para analizar cómo se puede asegurar la estabilidad en el país.

Niyasov, quien sufría problemas cardíacos desde hace tiempo, a consecuencia de su diabetes fue tratado por médicos alemanes. En 1997 se le implantó un bypass en una clínica especial de Múnich. Medios rusos habían informado en octubre de que su salud había empeorado rápidamente.

En comparaciones internacionales sobre el estado de los derechos humanos y la democracia, Turkmenistán se encuentra en los últimos puestos. Sólo una pequeña elite saca provecho de los enormes yacimientos de gas del país.

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